La paradoja

Hace unos meses, tuve la oportunidad de preparar e impartir una jornada formativa sobre la atención psicológica al final de la vida en un contexto de cuidados paliativos. En dicha jornada participaron una veintena de alumnas procedentes del programa REDES en Sevilla. Personas que orientaban su apuesta formativa hacia el ámbito de las personas mayores. He dicho bien, personas hacia personas.

Por lo general, suelo iniciar cualquier tipo de jornada de la misma forma. Hacemos entre todos un semicírculo y, posteriormente, nos presentamos uno por uno. La justificación es que para pasar un puñado de horas hablando con alguien debes conocer, mínimamente, sus inquietudes. Curiosamente, cuando pides una presentación en un contexto formativo (sin dar ningún tipo de pauta) se suele dar un patrón común: Me llamo….tengo X años…y estudio/trabajo en…llamémosle una “presentación estándar”.

La presentación estándar es estupenda para no saber nada sobre las personas que tienes delante. Más o menos como la presentación del currículum vitae sin posibilidad de una entrevista. Quisiera hablaros de la segunda presentación que realizamos.

Una vez terminó la ronda de presentaciones estándar, sin haber avanzado ni un solo centímetro en el campo del conocimiento personal mutuo, formulé, con algo más de vehemencia, lo siguiente:

Quisiera que ahora, después de saber vuestro nombre, edad  y profesión, me explicarais quienes sois de verdad, por qué queréis dedicaros a la atención con personas que están al final de sus vidas, qué os mueve para estar ahí, qué pasó para daros cuenta.

Lo que sucedió en esa hora posterior fue mágico. Todos poseían (poseemos) un motivo mucho más inteligible para dedicarse a los cuidados paliativos que cualquiera de los anteriores mencionados. No era por vocación, por dinero, por estatus, por conseguir un empleo, ni siquiera era por suerte o por necesidad de hacer algo. Detrás existía una historia. Una madre con la Enfermedad de Alzheimer, una historia de desigualdad social debido a la ley de la dependencia, el cuidado de una abuela que padeció ELA… y así alrededor de 20 historias diferentes de alto componente emocional. En ese momento entendí por qué se querían dedicar a trabajar con personas al final de sus vidas. Entonces empezamos a hablar de cuestiones técnicas tales: “El amor, cuando se reparte, crece. El dolor, cuando se comparte, disminuye”. Y pasamos unas horas de lo más agradables… ¡Hablando de la atención psicológica en cuidados paliativos! ¡Qué paradoja!

Ahora, cuando algunos estudiantes dicen: estoy buscando algo que me apasione para estudiar. Yo suelo decirles a todos lo mismo: Lo que te apasiona no vendrá de fuera, tiene que salir de ti.

 

 

Gracias  a todas las alumnas del programa REDES SEVILLA que tuve la oportunidad de conocer y abrieron el cajón de las emociones para que os conociera un poquito mejor y gracias a Pedro de Fundación Doña María por otorgarme su plena confianza.

2 comentarios en “La paradoja

  1. siempre es un placer escuharte amigo mio.
    y cuanta verdad en este escrito, no hay motivo mas bestia en el mundo para mover tus entrañas y crear tus inquietudes que aquellas necesidades que vives en primera persona y forman parte de tu vida y con ello de tu propio ser.
    cada uno somos un poco de cada momento vivido y que mejor forma de valorarlo que intentar aportarlo a los demas
    1500

Deja un comentario